jueves, 19 de junio de 2008

-No somos ciegos, querido padre, somos solamente hombre. Vivimos en una realidad cambiante a la cual tratamos de adaptarnos como algas que se mecen ante el empuje del mar. a la Santa Iglesia le fue explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros, en cuanto clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad. Podemos quizá preocuparnos por nuestros hijos, quizá por nuestros nietos; pero mas allá de cuanto podamos esperar, acariciar con estas manos no estamos obligados. Y yo no puedo preocuparme por los que serán mis eventuales descendientes en el año 1960. La Iglesia sí debe preocuparse, porque está destinada a no morir. En su desesperación está implícito el consuelo. ¿Y cree usted que si pudiera ahora o pudiese en un futuro salvarse a sí misma con nuestro sacrificio no lo haría? Cierto que lo haría, haría bien.

Diálogo entre el príncipe Fabrizio Salina y el padre Pirrone en la novela "El Gatopardo".
Autor: Giuseppe Tomasi de Lampedusa
Traducción: Dalia G. Sonatore de Acero
Editorial: Longseller S.A.
Página: 45

Citas de León Bloy

Espectáculo terrible el de las manos de los moribundos. En ellas, se diría, se refugia nuestra alma entera en los instantes postreros para que se cumpla expresivamente la implacable ley de su vida. La mayoría se agarrotan con firmeza, como las manos de los náufragos y de los que caen en simas. Algunas se retuercen convulsivamente o se cierran por completo. Otras hacen el gesto de apartar, de rechazar algo. Se ha llegado, incluso, a ver algunas que posan justo encima del ombligo, el órgano respiratorio del cuerpo astral según los antiguos magos.
El último recurso para hacerse oír por un moribundo pasa por tocarle las manos o imponer sobre sus manos las nuestras. El franciscano lo sabía y los ojos de la agonizante se abrieron tan pronto como el cura rozó sus manos.

Cuento: En la mesa de los vencedores.
Páginas: 27 y 28.

La auténtica locura parece ser la que excita más intensamente la imaginación popular, bien en el sentido de la inquietud o bien del terror. Un instinto infalible advierte a esas almas pueriles de la decepción divina, implícita en el naufragio de una Inteligencia, y la enormidad de semejante desastre es sentida profundamente por los seres sencillos, hecho que no ha anulado la necia ciencia de las demostraciones. Prueba sobrenatural o castigo severo por no importa qué crimen, esta incomparable miseria los sume en la inquietud y temen el contagio. Sólo así puede explicarse el extraño terror, el supersticioso alejamiento de una población -todavía piadosa- de los confines de este funesto bosque de Maine en el que Carlos VI se volvió loco.

Cuento: La casa del Diablo.
Páginas: 102 y 103.

Si la incapacidad para adivinar o comprender cualquier cosa no era, felizmente, el privilegio del noventa y nueve por cien de la humanidad, sería como para morir de espanto considerar, en esta ocasión, que las palabras no son solamente combinaciones alfabéticas u ocurrencias vocales, sino las más palpitantes realidades.
Una vez pronunciada, la mísera palabra que flotaba al principio en los limbos tenebrosos de lo Disponible, acto seguido se torna ágil, vagabunda e irreparable.
Ubicua por naturaleza, se dirige en todas direcciones al mismo tiempo agitándose con la fuerza plenaria de su origen Celeste, pues las palabras no son humanas.

Cuento: La palabra.
Página: 154.

León Bloy

Las próximas 3 citas están tomadas del libro "Cuentos de Guerra", del autor León Bloy (Edición, selección y traducción de Luis Cayo Pérez Bueno; editorial El Cobre Ediciones, S.L.; año 2002).
Lo anterior se señala por dos motivos. En primer lugar para no repetir tres veces la información recién consignada. En segundo lugar, y más importante, es que en la realización de este blog se ha evitado repetir citas de un mismo libro de un autor (hay libros que lo merecen ciertamente), pero me pareció preciso hacer una excepción por dos razones. La primera es que al ser cuentos hay una independencia entre las citas obtenidas, independencia que no se encuentra en una novela.
La otra razón es que me costó mucho encontrar algo escrito por León Bloy, pero el esfuerzo en su búsqueda tuvo su recompensa. Es un tremendo escritor, si ven algo escrito por él, no lo duden, compren o arrienden o fotocopien INMEDIATAMENTE, no se van a arrepentir. Escribir tres citas sobre él es un pequeño homenaje y un incentivo a que este autor sea leído.
"Soñar no cuesta nada", murmuré, y usted, otra vez fruncida, tamborileó en el manubrio japonés con dedos exasperados, que debajo de las falanges habían empezado a ponerse fofos. Fuimos un rato a su casa, escondida en un recoveco del barrio Condell y de la plaza Bernarda Morín, y yo pregunté, como quien no quiere la cosa, si se habrían conservado los zapatos de mi padre. Usted caminaba con tranco firme, le daba órdenes a la cocinera, pedía que le recordaran a su marido que esa tarde tenían entradas para la ópera, y me dijo, después de haberle repetido la pregunta, que no, que se habían repartido, unos al encerador, otros a Rogelio, el mozo fiel, el dueño de esas piernas que temblaban a causa del esfuerzo de bajar el bulto, los demás al Hogar de Cristo. Yo recordé modelos de dos colores, dignos de un museo de la vestimenta, o de la extravagancia, y en seguida, no sé por qué, por esos caprichos de la memoria, la más caprichosa e imprevisible de nuestras facultades, recordé ojotas que se hundían en un barro espeso, allá por el sur, mientras se escuchaba el chasquido de una pala.

Diálogo del cuento "Cumpleaños Feliz", incluído en la obra "Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX".
Compilador: Camilo Marks
Autor: Joefe Edwards
Editorial Sudamericana, 2001
Página 100