"Soñar no cuesta nada", murmuré, y usted, otra vez fruncida, tamborileó en el manubrio japonés con dedos exasperados, que debajo de las falanges habían empezado a ponerse fofos. Fuimos un rato a su casa, escondida en un recoveco del barrio Condell y de la plaza Bernarda Morín, y yo pregunté, como quien no quiere la cosa, si se habrían conservado los zapatos de mi padre. Usted caminaba con tranco firme, le daba órdenes a la cocinera, pedía que le recordaran a su marido que esa tarde tenían entradas para la ópera, y me dijo, después de haberle repetido la pregunta, que no, que se habían repartido, unos al encerador, otros a Rogelio, el mozo fiel, el dueño de esas piernas que temblaban a causa del esfuerzo de bajar el bulto, los demás al Hogar de Cristo. Yo recordé modelos de dos colores, dignos de un museo de la vestimenta, o de la extravagancia, y en seguida, no sé por qué, por esos caprichos de la memoria, la más caprichosa e imprevisible de nuestras facultades, recordé ojotas que se hundían en un barro espeso, allá por el sur, mientras se escuchaba el chasquido de una pala.
Diálogo del cuento "Cumpleaños Feliz", incluído en la obra "Grandes Cuentos Chilenos del Siglo XX".
Compilador: Camilo Marks
Autor: Joefe Edwards
Editorial Sudamericana, 2001
Página 100
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario