-¡Peor que peor! -observó Julián-. Cuando se cometen crímenes deben cometerse por lo menos con placer. Es el único atractivo que veo en el crimen, lo único que puede atenuar su fealdad, ya que justificarlo es, a mi entender, imposible.
Matilde, olvidando las conveniencias, se había colocado casi entre Altamira y Julián. Su hermano, que le daba el brazo, habituado a obedecerla, miraba a los que bailaban y simulaba que se veía detenido por las muchedumbres.
-Tiene usted razón -asintió Altamira-. Hoy se obra sin placer, y no se guarda memoria de nada, ni siquiera de los crímenes. Me sería fácil designar diez de las personas que llenan estos salones que podrían ser condenados como asesinos. Lo han olvidado ellos mismos, y tampoco lo recuerda el mundo. Se conmueven muchos, llegan hasta verter lágrimas, si un perro suyo se rompe una pata. En el Père-Lachaise, al arrojar flores sobre sus tumbas, como dicen con tanta gracia en París, pronuncian discrusos para convencer a todos de que los muertos atesoraban las virtudes de los caballeros de pro, y se recuerdan las altas hazañas llevadas a cabo por sus bisabuelos, que vivieron en tiempos de Enrique IV... Si, amigo mío, pese a los buenos oficios del príncipe de Araceli, no me han ahorcado todavía, y si consigo disfrutar de mi fortuna en París, tendré el gusto de hacer comer a usted en compañía de ocho o diez asesinos honrados y sin remordimientos. En la comida, usted y yo seremos los únicos que tendremos las manos limpias de sangre; pero a mí me despreciarán, me odiarán como a monstruo sanguinario y jacobino, y a usted le despreciarán también, sencillamente porque es un hombre del pueblo, un intruso que no merece alternar con tan buena compañía.
Diálogo entre Julián Sorel y el conde de Altamira en Rojo y Negro, inlcuido en Obras Inmortales.
Autor: Stendhal.
Traducción: Carlos Rivas y Gregorio La Fuerza
Editorial: Editorial EDAF S.A., 1999.
Páginas: 359 y 360.
miércoles, 23 de abril de 2008
lunes, 14 de abril de 2008
-El mundo está mal hecho- sollozó.
Quienes la visitaron por esos días tuvieron motivos para pensar que había perdido el juicio. Pero nunca fue más lúcida que entonces. Desde antes de que empezara la matanza política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo.
-Ha debido aprovechar ese día para que no le quedaran tantas cosas mal hechas-decía-. Al fin y al cabo, le quedaba toda la eternidad para descansar.
La viuda de Montiel, en su cuento homónimo, incluido en "Los funerales de la Mamá Grande".
Autor: Gabriel García Márquez.
Editorial: Debolsillo, 2007.
Páginas: 87 y 88.
Quienes la visitaron por esos días tuvieron motivos para pensar que había perdido el juicio. Pero nunca fue más lúcida que entonces. Desde antes de que empezara la matanza política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo.
-Ha debido aprovechar ese día para que no le quedaran tantas cosas mal hechas-decía-. Al fin y al cabo, le quedaba toda la eternidad para descansar.
La viuda de Montiel, en su cuento homónimo, incluido en "Los funerales de la Mamá Grande".
Autor: Gabriel García Márquez.
Editorial: Debolsillo, 2007.
Páginas: 87 y 88.
-¿Has visto -preguntó- los retratos de mis antepasados en las paredes de la casa? ¿Has visto a mi madre y a Felipe? ¿Alguna vez has posado la mirada sobre ese cuadro que cuelga cerca de tu lecho? La que está retratada en él hace muchos años que murió, y en vida hizo mucho mal; pero mírala de nuevo: es mi mano hasta en el menor detalle, son mis ojos y mi cabello. ¿Qué es, entonces, mío y qué soy yo? ¿Qué, si no hay una sola línea de este pobre cuerpo mío (que tú amas y en nombre del cual locamente sueñas que es a mí a quien quieres), ni un solo gesto que pueda yo hacer, ni una mirada de mis ojos, no, ni siquiera ahora que le hablo al ser amado, que no haya pertenecido a otros? Otras, muertas generaciones atrás, han contemplado a otros hombres con mis ojos; otros hombres han escuchado las plegarias de la misma voz que ahora resuena en tus oídos. Las manos de la muerta está sobre mi pecho; ellas me mueven, ellas me atraen, ellas me guían; soy una marioneta que ellas dirigen, y reencarno rasgos y atributos que hace tiempo se apartaron del mal para reposar en la quietud de la tumba. ¿Es a mí a quien amas, amigo, o es a la estirpe que me engendró? ¿A la muchacha que ignora y que es incapaz de responder por la más ínfima parte de su ser o a la corriente de la cual ella es transitorio parásito, al árbol del cual ella es fruto efímero? La estirpe existe; es antigua, pero a la vez joven y siempre nueva; lleva su eterno destino en el pecho; en ella , como las olas en el emar, los individuos suceden a los individuos, engañados con una semblanza de voluntad propia, aunque no sean nada. Hablamos del alma, pero el alma está en la estirpe.
El comandante a Olalla, en "Olalla", incluido en "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde".
Autor: Robert Louis Stevenson.
Traducción: Juan Carlos Silvi.
Editorial: Ediciones B, S.A., 2006.
Páginas: 124 y 125.
El comandante a Olalla, en "Olalla", incluido en "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde".
Autor: Robert Louis Stevenson.
Traducción: Juan Carlos Silvi.
Editorial: Ediciones B, S.A., 2006.
Páginas: 124 y 125.
jueves, 10 de abril de 2008
Querido Padre:
Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como es habitual, no supe qué contestarte; en parte, precisamente por el miedo que me inspiras; en parte, porque en la justificación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con una aceptable consistencia. Y si, valiéndome de esta carta, procuro responder a tu pregunta por escrito, lo haré a no dudarlo en forma muy incompleta, ya que, aun escribiendo, el miedo y sus efectos me atenazan cuando pienso en ti, y porque las dimensiones del tema exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento.
...O bien reparaba en tu predilección por las palabrotas, dichas lo más alto posible, que te hacían reír como si hubieses dicho algo agudo, cuando en verdad sólo se trataba de alguna indecencia insignificante y pueril. Sin duda constituían, al mismo tiempo, una nueva manifestación de tu energía vital que me avergonzaba. Lógicamente, estas distintas observaciones se producían en abundancia. Me hacían feliz, me brindaban ocasión para secretos y burlas. En ocasiones lo advertías, te enfadabas considerándolo como una maldad, como una falta de respeto, pero , créeme, sólo era para mí un medio insuficiente de autoconservación. Eran como los chistes que se difunden sobre dioses y reyes, chistes que o sólo están ligados a un profundo respeto, sino que incluso le son inherentes.
Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como es habitual, no supe qué contestarte; en parte, precisamente por el miedo que me inspiras; en parte, porque en la justificación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con una aceptable consistencia. Y si, valiéndome de esta carta, procuro responder a tu pregunta por escrito, lo haré a no dudarlo en forma muy incompleta, ya que, aun escribiendo, el miedo y sus efectos me atenazan cuando pienso en ti, y porque las dimensiones del tema exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento.
...O bien reparaba en tu predilección por las palabrotas, dichas lo más alto posible, que te hacían reír como si hubieses dicho algo agudo, cuando en verdad sólo se trataba de alguna indecencia insignificante y pueril. Sin duda constituían, al mismo tiempo, una nueva manifestación de tu energía vital que me avergonzaba. Lógicamente, estas distintas observaciones se producían en abundancia. Me hacían feliz, me brindaban ocasión para secretos y burlas. En ocasiones lo advertías, te enfadabas considerándolo como una maldad, como una falta de respeto, pero , créeme, sólo era para mí un medio insuficiente de autoconservación. Eran como los chistes que se difunden sobre dioses y reyes, chistes que o sólo están ligados a un profundo respeto, sino que incluso le son inherentes.
Franz Kafka en "Carta al Padre"
Traducción: R. Kruger.
Editorial: EDAF, 2004.
Páginas: 13 y 33.
sábado, 5 de abril de 2008
"Y volviéndose a Sancho, le dijo:
-Perdóname amigo, la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
-¡Ay!- respondió Sancho, llorando-. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
-Perdóname amigo, la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído, de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
-¡Ay!- respondió Sancho, llorando-. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.
Don Quijote y Sancho Panza en "Don Quijote de la Mancha".
Autor: Miguel de Cervantes
Edición del IV Centenario, Real Academaia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española.
Segunda Parte, Capítulo LXXIV
Página: 1102
Aporte de Papageno
viernes, 4 de abril de 2008
¡Oh, a juicio mío, según mi lamentable, terrestre, euclidiana razón, sólo sé que el dolor existe, que no hay culpables, que todo procede lo uno de lo otro, directa y simplemente; que todo fluye y se allana...; pero todo es sólo necedad y euclidiana, lo sé y no puedo avenirme a vivir según ella! ¿Qué tengo yo que ver con que no haya culpables y con que todo proceda simplemente lo uno de lo otro? Yo necesito una compensación; de lo contrario, me suprimo. Y compensación no en lo infinito, en ninguna parte ni nunca, sino aquí en la Tierra y que yo pueda verla con mis ojos.
Yo creo en ella, yo quiero verla; pero si para entonces estuviera ya muerto, pues que me resuciten, pues el que todo eso se realizase sin mí sería harto todo eso se realizase sin mí sería harto ofensivo.
No he sufrido yo para, a mi costa, a expensas de mis crímenes y dolores, provocar una futura armonía
Yo quiero ver con mis propios ojos al cordero tumbado junto al león y cómo la víctima revive y se abraza con su verdugo. Yo quiero estar allí cuando todos, de pronto, vengan a saber para que pasó todo aquello.
Yo creo en ella, yo quiero verla; pero si para entonces estuviera ya muerto, pues que me resuciten, pues el que todo eso se realizase sin mí sería harto todo eso se realizase sin mí sería harto ofensivo.
No he sufrido yo para, a mi costa, a expensas de mis crímenes y dolores, provocar una futura armonía
Yo quiero ver con mis propios ojos al cordero tumbado junto al león y cómo la víctima revive y se abraza con su verdugo. Yo quiero estar allí cuando todos, de pronto, vengan a saber para que pasó todo aquello.
Iván a Alíoscha, en Los Hermano Karamazov, incluido en "Obras Completas".
Autor: Fiodr M. Dostoyevski.
Traducción: Rafael Cansinos Assens.
Editorial: Aguilar, 1961.
Tomo: III.
Página: 202.
Aporte de Papageno.
No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder.
El Mito de Sísifo
Autor: Albert Camus
Aporte de Papageno.
Al fin creí entender. Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud; batallar en Éfeso contra las fieras es menos duro (miles de mártires oscuros lo hicieron) que ser Pablo, siervo de Jesucristo; un acto es menos que todas las horas de un hombre. La batalla y la gloria son facilidades; más ardua que la empresa de Napoleón fue la de Raskolnikov. El 7 de febrero de 1941 fui nombrado subdirector del campo de concentración de Tarnowitz.
Otto Dietrich zur Linde en La Otra Muerte, incluido en la obra "El Alepf".
Autor: Jorge Luis Borges
Editorial: Emecé Editores, 2007
Página: 75
Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Onzenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de la luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Carta a una señorita en París, relato incluido en la obra "Bestario".
Autor: Julio Cortázar
Editorial: Punto de Lectura, 2005
Página: 22
martes, 1 de abril de 2008
Mi estatura es de sesenta y cinco centímetros. Estoy bien conformado, con las proporciones correspondientes, aunque tengo la cabeza un poco grande. El pelo no es negro, como el de los demás, sino colorado y echado hacia atrás de las sienes y de una frente que más impresiona por lo ancha que por lo alta. Soy lampiño, pero, fuera de eso, mi rostro es como el de cualquiera. Las cejas son espesas. Mi fuerza física es considerable, especialmente si me enfurezco. Cuando se dispuso la lucha entre yo y Josafat, a los veinte minutos lo puse con la espalda contra el suelo y lo estrangulé. Desde entonces, aquí no hay más enano que yo.
El Enano en su cuento Homónimo, incluido en la obra "Barrabás y Otros Relatos".
Autor: Pär Lagerkvist
Traducción: Fausto de Tezanos Pinto
Editorial: Ediciones Orbis, S.A., 1983
Página: 169
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