jueves, 10 de abril de 2008

Querido Padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como es habitual, no supe qué contestarte; en parte, precisamente por el miedo que me inspiras; en parte, porque en la justificación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con una aceptable consistencia. Y si, valiéndome de esta carta, procuro responder a tu pregunta por escrito, lo haré a no dudarlo en forma muy incompleta, ya que, aun escribiendo, el miedo y sus efectos me atenazan cuando pienso en ti, y porque las dimensiones del tema exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento.

...O bien reparaba en tu predilección por las palabrotas, dichas lo más alto posible, que te hacían reír como si hubieses dicho algo agudo, cuando en verdad sólo se trataba de alguna indecencia insignificante y pueril. Sin duda constituían, al mismo tiempo, una nueva manifestación de tu energía vital que me avergonzaba. Lógicamente, estas distintas observaciones se producían en abundancia. Me hacían feliz, me brindaban ocasión para secretos y burlas. En ocasiones lo advertías, te enfadabas considerándolo como una maldad, como una falta de respeto, pero , créeme, sólo era para mí un medio insuficiente de autoconservación. Eran como los chistes que se difunden sobre dioses y reyes, chistes que o sólo están ligados a un profundo respeto, sino que incluso le son inherentes.

Franz Kafka en "Carta al Padre"
Traducción: R. Kruger.
Editorial: EDAF, 2004.
Páginas: 13 y 33.

No hay comentarios: